lunes, 6 de julio de 2009

he Hang of It
J. D. Salinger
ESTE país perdió a uno de sus más prometedores jóvenes –uno que nunca se atrevería a jugar pinball- cuando mi hijo, Harry, fue reclutado en la Armada. Como su padre, me doy cuenta de que Harry no nació ayer, pero cada vez que lo miro, juro que todo pasó en alguna fecha temprana del año pasado. Por eso me gusta decir que la Armada estaba recibiendo otro Bobby Pettit.

En 1917 Bobby Pettit vistió el mismo traje que a Harry le queda tan bien. Pettit era un flacuchento chico de Crosby, Vermont, pueblo que queda en los Estados Unidos también. Algunos de los chicos de la compañía decían que Pettit había pasado sus años de infancia dejando que el jarabe de Arce de Vermont llenara lentamente su cabeza.

Además en ésa compañía, allá por 1917, estaba el Sargento Grogan. Los chicos tenían todo tipo de ideas acerca del origen del Sargento: buena persona, digno de confianza, incalificable. Todas ideas que no merecen ser repetidas.

Bueno, en el primer día de Pettit en las barracas, el Sargento enseñó la instrucción al pelotón sobre el manual de armas. Pettit tenía una ingeniosa y original manera de sostener su rifle. Cuando el Sargento gritó “¡Armas al hombro derecho!” Bobby Pettit cambió a su hombro izquierdo. Cuando el Sargento solicitó “¡Porten armas!” Pettit cumplió con presentar su arma. Era una manera bastante segura de atraer la atención del Sargento, por lo que él se acercó a Pettit sonriendo.

“Bueno, chiquillo estúpido”, recibió el Sargento, “¿cuál es tu problema?”
Pettit rió. “De vez en cuando me confundo”, explicó fugazmente.
“¿Cómo te llamas?”, preguntó el Sargento.

“Bobby. Bobby Pettit.”
“Bueno, Bobby Pettit”, dijo el Sargento, “Te llamaré solamente Bobby. Siempre les digo a mis reclutas por su nombre. Y ellos me llaman mamá. Igual como si estuvieran en casa”.

“Oh”, dijo Pettit.
Luego el Sargento se dio unos pasos atrás. Todo alboroto tiene dos finales; uno iluminado y uno rodeado con dinamita.

“Escucha, Pettit”, vociferó el Sargento. “Esto no es para pasar al quinto grado. Estás en la Armada, chico estúpido. Se supone que sabes que no tienes dos hombros derechos y que portar armas no es lo mismo que presentar armas. ¿Cuál es tu problema? ¿Acaso no tienes cerebro?”
“Señor, juró que me acostumbré”, predicó Pettit.

AL día siguiente teníamos que practicar montando las tiendas de campañas y empacando provisiones en nuestras mochilas. Cuando el Inspector se acercó a ver, se dio cuenta que Pettit no se había molestado en martillar los ganchos de la tienda de campaña debajo de la superficie de la tierra. Observando el sutil defecto, el Sargento, con una vara en su mano, hizo colapsar enteramente las pequeñas lonas que formaban la campaña de Bobby Pettit.

“Pettit”, clamó el Sargento. “Tú eres… sin ninguna duda… el más imbécil… el más estúpido… el más torpe recluta que he visto. ¿Estás loco, Pettit? ¿Cuál es tu problema? ¿Acaso no tienes cerebro?

Pettit dijo, “Lograré acostumbrarme”.

Luego todos empacaron sus mochilas. Pettit empacó la suya como un veterano, justamente como uno de los Chicos de Azul. El Sargento se acercó para inspeccionar a los reclutas. Solía pasar por detrás de los traseros de ellos, y con una vara pequeña, golpeaba la espalda de la mochila de cada uno de sus “hijos”.

Se acercó a la mochila de Pettit. Me reservaré algunos detalles. Sólo diré que todo se desparramó excepto los últimos cinco segmentos de la columna vertebral de Pettit. Fue un sonido enfermante. El Sargento se acercó para enfrentar a Pettit, o lo que quedaba de él.

“Pettit. Conocí un montón de tipos estúpidos en mis tiempos”, dijo el Sargento. “Montones. Pero tú, Pettit, tú eres el maestro de tu propia clase. ¡Porque eres el más estúpido!”

Pettit se paró desequilibradamente.
“Señor, me acostumbraré”, dijo.

EL primer día de la práctica de tiro, seis hombres en posición de postramiento, dispararon al mismo tiempo a seis blancos. El Sargento pasó de un lado al otro, examinando las posiciones de fuego.

“Pettit. ¿Por cuál ojo estás mirando?”

“No sé”, dijo Pettit, “El izquierdo, supongo”

“¡Tienes que mirar a través del derecho!”, vociferó el Sargento. “Pettit, te estás llevando veinte años de mi vida. ¿Cuál es tu problema? ¿Acaso no tienes cerebro?”.

Eso fue poco. Cuando, después de que todos los hombres habían disparado, y los blancos se estaban enrollando, hubo una sorpresa para todos. Pettit le había disparado todos sus tiros al blanco del tipo que estaba a su derecha.
El Sargento casi tuvo un ataque al corazón. “Pettit”, dijo, “no tienes espacio en la Armada. Tienes seis pies. Tienes seis manos. ¡Pero todos sólo tienen dos!”

“Me acostumbraré”, dijo Pettit.

“No me digas eso de nuevo. O te mato. Te juro que te mato, Pettit. Porque te odio, Pettit. ¿Me oyes? ¡TE ODIO!”

“¿No bromea?”, dijo Pettit.

“Ninguna broma acá”, le dijo el Sargento.

“Señor, me acostumbraré”, dijo Pettit, “Verá. No bromeo. Me gusta la Armada. Algún día seré coronel o algo por el estilo. No bromeo”.

NATURALMENTE no le dije a nuestra esposa que nuestro hijo, Harry, me recuerda al Bob Pettit de 1917. Pero sin embargo, todavía él me lo trae a mente. De hecho, el chico está teniendo problemas con su Sargento en el Fuerte Iroquois. Parece, según mi esposa, que el Fuerte Iroquois posee uno de los más mandones, duros, y severos Sargentos del país. No hay necesidad, dice mi esposa, en ser duro con los chicos. No es que Harry se haya quejado. A él le gusta la Armada, pero le cuesta bastante satisfacer a ese terrible primer Sargento que le tocó. Sólo porque no ha logrado acostumbrarse.

Y el Coronel de su regimiento. Él no es ayuda para nada, siente mi esposa. Todo lo que hace es caminar alrededor y dárselas de importante. Un Coronel debería ayudar a los chicos, no como ese regañadientes Primer Sargento que no les saca provecho, sólo les destruye sus espíritus. Un Coronel, asegura mi esposa, debería hacer más que sólo caminar por los alrededores.

Bueno, hace unos cuantos sábados atrás los chicos del Fort Iroquois realizaron su primera parada militar. Mi esposa y yo estuvimos ahí en las primeras filas, y con un aullido que casi me voló el sombrero, ella alentó a nuestro Harry mientras marchaba.

“Ha perdido el paso”, le dije a mi esposa.

“Oh, no seas así”, dijo ella.

“Pero está fuera del paso de los demás reclutas”, dije. “Se supone que eso es un crimen. Supongo que le tendrían que disparar por eso. Ahora volvió a retomar el paso. Sólo lo perdió por un minuto”.
Luego, cuando el Himno Nacional estaba siendo tocado, los reclutas estaban parados con sus rifles para presentar armas. A uno de ellos se le cayó al suelo, lo que provocó un estrepitoso sonido en el campo.

“Ese fue Harry”, dije.

“Le pudo haber pasado a cualquiera”, respondió mi esposa. “Mantente callado”
Más tarde, cuando la parada militar acabó y los soldados se habían desparramado, el Primer Sargento Grogan vino a saludar. “Cómo le va, Señora Pettit”
“Bien, gracias”, dijo mi esposa, un poco fría.

“¿Cree que haya alguna esperanza para nuestro chico, Sargento?”, pregunté.
El Sargento sonrió abiertamente y movió su cabeza. “Ni una oportunidad”, dijo. “Ni una oportunidad, Coronel”.

salinger inedito

Este texto es un inédito de Salinger que encontré por la red, no se si es de el o no, la verdad no me interesa lo cuelgo de todas formas. Después de leer Salinger es difícil poder encontrar algo que se le parezca o al menos se asemeje y lo digo luego de leer una pila de libros, mucho de los escritores a los que me acerque con la esperanza de encontrar algo de Salinger la verdad muchos ni cerca a pesar de ser buenos escritores

Lo bueno de leer en primer orden a Salinger es que luego te obligas a tratar de encontrar algo mas, el santo grial de la literatura y eso la verdad no se si existe mientras tanto sigo en la búsqueda ya que de eso se trata la lectura una búsquela permanente.


No hay comentarios: